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Struff



                                  Sin perder tiempo corro a la cabina. Elisa, la computadora piloto, me saluda
                               con un guiño, pero casi no le hago caso. Rápidamente me asomo a curiosear por
                               el ventanal de cristales.
                                  Allá, lejos, en la oscuridad del cosmos, se distingue una enorme bola color
                               naranja.
                                  –¡Planeta a la vista! –grito con todas mis fuerzas, y doy un salto de alegría.
















































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