Page 16 - La costurera
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tamaño del rey Al-agua, y lo más impresionante era que,

                                              como la imagen del espejo, se aguantaba en posición

                                              vertical gracias a la cola, que hacía las veces de pies. Sus
                                              ojazos, redondos y abombados como cascabeles, la miraban

                                              embobados y de su boca no paraban de salir burbujas.

                                                Poco a poco, las exclamaciones de asombro dieron

                                              paso a las risas contenidas, y estas, a las carcajadas más

                                              desinhibidas. Se oyeron expresiones burlonas tales como:

                                                –¡Eso le pasa por comer tanto pez!

                                                –¡Ahora sí que le viene de perlas su nombre! ¡Al-agua
                                              el pez!

                                                –¿Al-agua? ¿Cómo que al agua? ¡A la cocina se ha dicho!

                                                Y es que el espectáculo era ciertamente gracioso: el

                                              pez, que únicamente conservaba del monarca la capa y

                                              la pajarita, correteaba como un loco de aquí para allá a

                                              pasitos cortos y rápidos, aunque muy pronto, y tras

                                              constatar todo el mundo que era del todo inofensivo, su

                                              espacio quedó reducido a un círculo en el que, jaleado

                                              con aclamaciones y gritos, acabó girando sobre sí mismo
                                              sin dejar de burbujear, con tan mala suerte que terminó

                                              por pisarse la capa y cayó aparatosamente sobre la aleta

                                              dorsal en el colmo de la más absoluta ridiculez.


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